En el mes de febrero, un año y medio después, Estela tuvo su oportunidad. El Departamento de Arqueología de la Universidad de Sevilla realizaba un estudio en la Igreja de Santa María, en Tavira, un pequeño pueblo al sur de El Algarve. Después de algunas llamadas telefónicas había conseguido el permiso para visitar la excavación arqueológica y llegar hasta Valerio. En el tren escribió una postal para la hermana Diana. La enviaría al llegar a Tavira.
La carta no fue un gran descubrimiento histórico, uno de esos que hacen cambiar los cimientos y el curso de la Historia, pero sí hizo que Estela se comprometiera a realizar un viaje, el último que a Isabel le hubiera gustado hacer. Después de acabar la tesis, Estela se centró en estudiar las cartas, especialmente aquella. Valerio de Ossa formaba parte, junto al padre de Isabel, del ejército que luchó en Tavira. Eran muy amigos y en varias ocasiones fue invitado de la familia Aguilar; alguna de ellas incluso fue recibido como peregrino en el convento, lugar dónde precisamente vería por última vez a Isabel.
Estela subió muy temprano al castillo de la ciudad. En el plano, Santa María se encontraba muy cerca de allí. Subió las empinadas escaleras hasta el Castelo y llegó a un jardín. La parcela estaba rodeada por los gruesos muros de piedra que aún conservaba aquella fortaleza de origen medieval.
Algunos turistas hacían fotos y las rosas silvestres, cientos de rosas, habían comenzado a florecer y se enredaban por las paredes, pintándolas de rojo y haciéndolas más hermosas aún. Apuró sus pasos y llegó hasta una pequeña plaza llamada Calçada dos sete Cavaleiros y justo delante de ella se erguía Santa María.
—Se construyó en el siglo XIII sobre una mezquita y después del terremoto, casi cinco siglos más tarde, fue reconstruida. El arquitecto conservó la puerta de la fachada medieval, dos capillas y esas ventanas de estilo árabe —dijo señalando la torre con su mano derecha. Soy Francisco Oliva, el director de la excavación. Tú eres Estela ¿verdad?
Francisco se quitó las gafas de sol y le ofreció su mano.
—Sí —le respondió Estela con timidez, mientras retiraba parte del flequillo de su cara—. ¿Cómo lo has sabido?
—Estaba avisado de que venías y créeme, eres la única persona en toda la plaza, y casi me atrevería a jurar que en toda Tavira, que presta interés a esta Iglesia. Vamos, te enseñaré el interior.
Francisco le explicó que antes de que siguieran los trabajos de rehabilitación habían podido conseguir un permiso para realizar una excavación dónde supuestamente estaban enterrados los siete caballeros dela Orden de Santiago que murieron, según se argumentaba en los documentos históricos, como mártires en una emboscada que tramaron los árabes, cuando los caballeros habían realizado el último y decisivo ataque a la ciudad. Durante la excavación, él y su equipo habían encontrado algunas sepulturas individuales y varios osarios. Si los restos de los supuestos siete caballeros estaban allí, era muy difícil saber quienes eran, de todos aquellos cuerpos, García Rodrigues, Pedro Pais, Damião Vaz, Mendo do Valle, Álvaro García, Estevam Vasques y Valerio de Ossa.
Relato completo en Fricciones, publicado por la Asociación Beecham y Asociación Irónica, 2007
La carta no fue un gran descubrimiento histórico, uno de esos que hacen cambiar los cimientos y el curso de la Historia, pero sí hizo que Estela se comprometiera a realizar un viaje, el último que a Isabel le hubiera gustado hacer. Después de acabar la tesis, Estela se centró en estudiar las cartas, especialmente aquella. Valerio de Ossa formaba parte, junto al padre de Isabel, del ejército que luchó en Tavira. Eran muy amigos y en varias ocasiones fue invitado de la familia Aguilar; alguna de ellas incluso fue recibido como peregrino en el convento, lugar dónde precisamente vería por última vez a Isabel.
Estela subió muy temprano al castillo de la ciudad. En el plano, Santa María se encontraba muy cerca de allí. Subió las empinadas escaleras hasta el Castelo y llegó a un jardín. La parcela estaba rodeada por los gruesos muros de piedra que aún conservaba aquella fortaleza de origen medieval.
Algunos turistas hacían fotos y las rosas silvestres, cientos de rosas, habían comenzado a florecer y se enredaban por las paredes, pintándolas de rojo y haciéndolas más hermosas aún. Apuró sus pasos y llegó hasta una pequeña plaza llamada Calçada dos sete Cavaleiros y justo delante de ella se erguía Santa María.
—Se construyó en el siglo XIII sobre una mezquita y después del terremoto, casi cinco siglos más tarde, fue reconstruida. El arquitecto conservó la puerta de la fachada medieval, dos capillas y esas ventanas de estilo árabe —dijo señalando la torre con su mano derecha. Soy Francisco Oliva, el director de la excavación. Tú eres Estela ¿verdad?
Francisco se quitó las gafas de sol y le ofreció su mano.
—Sí —le respondió Estela con timidez, mientras retiraba parte del flequillo de su cara—. ¿Cómo lo has sabido?
—Estaba avisado de que venías y créeme, eres la única persona en toda la plaza, y casi me atrevería a jurar que en toda Tavira, que presta interés a esta Iglesia. Vamos, te enseñaré el interior.
Francisco le explicó que antes de que siguieran los trabajos de rehabilitación habían podido conseguir un permiso para realizar una excavación dónde supuestamente estaban enterrados los siete caballeros de
Elena Pérez
Relato completo en Fricciones, publicado por la Asociación Beecham y Asociación Irónica, 2007
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