Según se contaba en otros tiempos durante las veladas en el Bocage normando, el rey de París tenía una hija de gran belleza: cintura esbelta, senos opulentos, formas admirables, pies pequeños y manos encantadoras. Desafortunadamente, y como todos los humanos, tenía también se parte de imperfección, y es que no reía jamás. Esta singularidad, bastante rara en su sexo, causaba no pocos problemas. En numerosas ocasiones el rey había intentado casarla, pero siempre en vano. Los pretendientes temían su seriedad, todos la consideraban anómala en una chica y se retiraban prudentemente en el momento preciso de dar algún paso hacia delante. El rey estaba consternado por ello.
También había intentado hacerla sonreír reuniendo a su mesa a los más famosos humoristas de la comarca. Pero nada había conseguido su objetivo.Luego decidió intentar el supremo esfuezo en ese sentido y prometió que entregaría la mano de su hija al primero que lograra hacerla reír. El número de pretendientes de todo tipo fue incalculable. Casarse con la hija de un rey, ¡imaginen! Ya suponen la serie de muecas y contorsiones que le inspiró a cada cual la esperanza de triunfo. Pero todos perdieron su tiempo pues la hermosa no se dejó impresionar. Semejante frialdad desaminó al rey que cayó enfermo.
Afortunadamente para él y para bien del Estado, apareció un jorobado, el más gracioso del reino, conocido por su habilidad. Triunfó desde el primer momento, pues la joven rompió a reír a carcajadas. El rey estaba radiante y recuperó la salud al tiempo que la confianza.
El jorobado fue festejado en todos los tonos. Cada vez que la joven lo veía en acción, reía a mandíbula batiente. Al final, sólo el recuerdo de sus bromas bastaba para alegrarla. Por muy satisfecho que estuviera el rey, le repugnaba la idea de entregar su hija al jorobado. Temblaba —según decían— al pensar en la descendencia. Si los descendientes que nacieran de aquella unión se parecían al padre, ¿qué iban a hacer con un rey jorobado?
Convocó a los antiguos pretendientes, pero su hija volvió a ponerse taciturna tan pronto como éstos ponían los pies en palacio. El jorobado, por su parte, reclamaba sus derechos y solicitaba con insistencia que se cumpliera la promesa real. La situación era tanto más compleja cuanto que el rey tenía un favorito y la princesa por su parte tenía otro que no era el jorobado. ¿Cómo salir del aprieto?... Y ¿qué pensaba hacer este último para triunfar?...
Dicen los del Bocage, que todos los jorobados llevan en su giba un tesoro de recursos.
(Ver texto completo aquí)
MADELAINE, A.- La hija del rey de París
(Au bon vieux temps. Récits, contes et légendes de l’ancien Bocage normand, 1907)
Traducción de Esperanza COBOS CASTRO
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