lunes, 12 de julio de 2010

Un ejercicio

Un ejercicio que he tenido que realizar para el curso de escritura:

Lo hicieron con una copa de vino envenenado. El emperador romano Claudio, Lucrecia Borja, Hamlet, todos fueron víctimas, o asesinos, de este elixir emponzoñado para así acabar con la vida de su contrincantes, incluso a Rasputín intentaron matarlo con una copa de vino envenenado…


El texto de presentación en el folleto lo dejaba bien claro. La conferencia trataría sobre los más famosos asesinatos de la Historia, y de aquél profesor de nariz aguileña, aspecto desaliñado y encorvado que se encontraba sobre la tarima, se decía que era el mejor investigador de Oxford en criminología.Después de dos horas visionando cadáveres y rostros de asesinos, la charla terminó y todos los alumnos del master fuimos invitados a un cóctel en una pequeña salita de estilo victoriano, anexa al auditorio. Tomamos vino, un líquido rojo, denso, áspero y demasiado caliente para mi inexperto paladar. Nos despedimos varias copas después y yo me dirigí a la estación de metro más cercana. Aumenté el ritmo de mis pasos, descendí por unas escaleras y, ya bajo la ciudad, busqué una máquina expendedora de agua fría, pues aún conservaba el sabor y calor del vino en mi boca; tanteé mis bolsillos, saqué unas monedas y compré una botella. Mientras bebía, sentía que cada trago era caliente y espeso.

Pensé en todas aquellas imágenes que había visto durante la conferencia, y también en el profesor… Minutos más tarde, sentado en el vagón, mi propia saliva me quemaba al intentar atravesar la garganta y cuando llegué al apartamento, todavía permanecía esa sensación infernal en la boca. Creo que apenas pude dormir unos minutos pues en cuanto me acosté, desperté empapado en mi propio sudor y con Gertrude bebiendo de la copa de vino envenenada destinada a su hijo Hamlet, sentada a los pies de mi cama… Sin lugar a dudas deliraba.Pasé toda la noche intentando calmar con hielo los sinuosos ríos de lava que descendían por mi esófago y se arremolinaban en mi estómago, pero apenas lo introducía en mi boca se fundía como el metal en la forja de Lucifer…

A la mañana siguiente, ya en el aula, mis compañeros se preocuparon al ver los profundos surcos violáceos bajo mis los ojos, y los labios secos y agrietados. Entonces, el profesor de la asignatura de criminología entró en la habitación y comenzó a dictar las preguntas del examen.

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